domingo, enero 21, 2007

Epifanías y el vacío que queda

Fue como encontrar una muralla frente tuyo y, ciego y sordo, tratar de buscar a tientas, a golpes de uñas, un lugar en donde poder cruzar hacia el otro lado. Eso, cruzar hacia el lado desconocido, hacia el lado en donde todo es incierto.
Pues bien, hallé el lugar. Como todo un imbécil era una puerta gigante, abierta, inmensa de evidente, y estaba allí.

Pudiste llamarte de cualquier forma, tal como lo dijo una vez el abuelo Julio, pero esta vez prefiero llamarla Misa Hayase. Y fue un día, sólo un día en donde me redescubro simple y contento, abrumado por la luz que se cuela por entre las grandotas nubes de este lugar, el lugar hacia donde he subido para tener mi epifanía, ese regalo que te hace el azar. O más bien fue un rio en donde puedes descansar en una de sus orillas, mientras tienes los pies en el agua y las ramas del protector sauce y su protectora sombra dicen "duerme, dale, que tienes tiempo".
Hubo silencio y cigarrillos, una larga conversación que duró 20 horas. Intercambiamos trucos para jugar San Andreas, pelamos a los conocidos mutuos, compartimos simplemente los objetivos y las definiciones. Y nos acompañamos en un espacio de tiempo perdido que alguna vez tendré que recuperar o pagar.

A estas alturas ya ella se ha ido, y por supuesto la epifanìa desapareció. Y tal como le digo a mi amigo Tito, ahora que me siento como Harvey Peckar, con trabajo simple y bien remunerado y con el tiempo para hacer lo que me gusta, sólo me queda el hoyo negro y profundo acá adentro, ese mismo que nadie entiende porque no lo ven.
Pude escribir de muchas cosas. De los reencuentros, del nuevo trabajo, del puto calor de Santiago en esta época, de la llegada de mi amigo Mauricio y de cómo supe que todo era igual a siempre y que nadie cambia ni un ápice. Pude decir que la tranquilidad y la alegría que me produjo ver de nuevo a mi amiga Ingrid sólo puede compararse con la calma de una caminata por el parque. Pude mentir una vez más y hacer un listado de las cosas que me gustan y disgustan.
Pero luego de subir la montaña, o de estar bajo el sauce (tu entiendes), sólo quedan las ganas de volver y volver y volver, pero es imposible, porque todo el tiempo fue destruido y no tienes el poder de hacer que el espacio y sus once dimensiones vuelvan a ser lo que eran.
Y el problema de las epifanías es que son peores que las drogas. Siempre quieres volver a sentirlas.
*Gracias a los amigos y amigas que me hay sostenido y ayudado en esta época. Las pinturas son de Paul Klee y Jackson Pollock, y perdón si hiero a alguien. (Háganle cariños a Escudito)