Mientras en el televisor (dispuesto estratégicamente al lado del computador) aparece Johnny Deep en Pánico y Locura en Las Vegas (esa cosa hecha cine de Terry Gilliam basado en una crónica del maestro Hunter S. Thompson) y la noche avanza sobre la ciudad de Santiago, no puedo dejar de sentirme contentito por el extraño giro de las circunstancias y, aunque como saben amigos que todo esto es más mentira que verdad, la suave y tibia sensación de que porfin, por fin.
Nop, eso sonó a alucinación. Y seré cualquier cosa menos un alucinado.
Hay algo de tristeza por la muerte de Fontanarrosa, porque siempre es malo que los que deben vivir mil años tengan que irse así, de repente (y gracias a Mouat y Hervi que escribieron cosas que me hicieron llorar); y al mismo tiempo hay algo de simpleza en el aire frio de la mañana y todas las manos que se dirigen hacia sus trabajos y yo en medio, yo yendo hacia allá.
También es encontrar gente ad-hoc, como unos compañeros de trabajo que se parecen a los pingüinos turbios de Madagascar (sí, queridos, me pegué con esos maravillosos), y que se visten de abrigos y pantalones y vestidos negros. Y también es saber que en vez de almorzar puedo ir a practicar algo de golf, que es como un hoyo en el espacio tiempo y no hay nada que relaje más.
Y por otro lado la alegría de que la ansiedad (esa vieja amiga que me persigue como buen neurótico) se está quedando sola en un rincón, porque ya no tiene sentido, porque me limpié de muchas cosas y soy responsable de mis errores y que no hay cabida para andar llorando por las esquinas por cosas que no me deben importar (y sin embargo siempre estarás ahí, querida, siempre pensaré en tí, ahora que ya no duele tanto).
Y también que me siento bien, me siento pleno a mi edad, que respondo las preguntas con simpleza, que sonrio cada vez más.
Y también porque caminé por Santiago con mi padre y fue verlo de menor edad, mostrándome donde vivía, donde trabajó, en los lugares que tienen (para siempre) un lugar en su cabeza de profesor y que yo allí, bendito, pude verlo a través de sus ojos.
Ah, y porque me hice mi propio personaje de los Simpson, je.
*Oh, felicidad, tan simple y tan lejana. Hoy es tiempo de reir.