sábado, julio 29, 2006

Naturaleza muerta con un tenedor

Al contrario de lo que pudieses creer, todo resultó más normal de lo que habría estimado. De primera, eso sí, está la vocecita de la conciencia que va y va con su monocorde letanía, que es como la abuela dentro de uno, pero ya pronto estás echándola al saco y procedes. Y es rápido y natural como pasa, quizá liberando el neanderthal, quizá encontrando la verdadera esencia de la crueldad, que no es nada básica, sino que es íntegramente creada en nosotros.
Puede que forme parte de la natural inclinación que tenemos para despreciar lo que se nos aleja de las expectativas, lo que deja de caminar a nuestro lado y ya no corresponde a lo que esperamos de la libertad, del sentir, del desear.
Al Héctor, gran amigo, lo encontré en la cocina. No me acuerdo qué hacía allí, se supone que está en Concepción y no acá en la gran bola de grasa. Yo andaba descalzo, me acerqué sin ruidos y apreté su cuello. La sensación de la carne que se infla globo cumpleañero y las palpitaciones que sincronizan los pulsos. Le dije al oído duerme, duerme de una vez, amigo. Como en una película de monstruos japoneses el cuerpo cayó lento, casi en agradecimiento por el descanso y lo dejé allí, botado en las baldosas grises.
Volver al living y encontrar al Juan. Estaba viendo unos libros de alquimia que me habías regalado la pasada Navidad. Cogí el cordón del teléfono y rodee su cuello. Pocos tendrán la idea de cómo se pone un músculo al ser apretado de esa manera. Las venas estallan en jubilosa presión y los ojos se destrozan tratando de salir de sus órbitas, aprendices de satélites que van a darse una vuelta por ahí. Aproveché el cable y lo amarré a la silla para que viera hacia la calle para siempre.
Caminaba descalzo, me recuerdo, y el suelo del departamento estaba tibio y habían otros cuerpos por ahí, en el sillón, tras las cortinas y en el armario vi a mi padre con su sonrisa de hombre bueno, y en el baño estaba la mirada de horror de los vecinos tirados con los dedos crispados, como en una mal intento de arañar el aire y encontrar qué hay detrás de nuestros velos.
Giré sobre mi mismo y atravesé el pasillo. En la oficina, al lado del computador, estaba tu viejo jugando mah-jong, qué gran juego. Y de nuevo la tranquilidad.
El golpe fue seco, directo a la cabeza. El fierro hundió el cráneo en feliz imposición. Pero no había ruido. Era como si el mundo se llenara de algodones, de pesados envoltorios que todo lo amortiguan, todo el sonido, todo el miedo, toda la razón, toda la vida. Y el mundo allá afuera de las paredes corre como siempre en su río sin cauce, y eso lo sé porque sí, porque tengo la certeza, como tengo la certeza de que hay otros muertos por ahí, en otros lugares y hay otros como yo limpiando sus pasados.
Agarré a tu papá por las rodillas y lo llevé a la ventana. Lo dejé caer, golpeó la gárgola que custodia el departamento y luego al suelo pum, plaf, allí quedó.
Volví al vano de la puerta, y miré hacia nuestra pieza. Entré.
Sentir la forma del metal en el bolsillo y llegar a ti y abrir la cama y estás desnuda, esperando, dormida. Y con amor, con el más inmenso dolor, la punta del tenedor que inicia su camino, abriendo paso por la piel blanca del pecho, sintiendo cómo el esternón se aquieta y cede quebrándose, crac crac, para llegar al pneuma, al hálito que está en tu interior y que protege tu corazón que anhela, agitado, el encuentro.
Ahora está allí, ha llegado el hierro a juntarse con tu calor de sangre que está por todas partes, aunque en verdad no salta, fluye lenta en un pequeño mar rojo listo para abrirse a mi paso, ahora que me siguen los recuerdos. Especialmente ahora que también me siguen tus ojos que me miran sin amor, sin odio, abiertos hacia arriba cielo azul que cruza el cielo raso y que estará allí por siempre declarándonos bienaventurados.
Y ahí, detenido, haciendo el un dos tres momia con el resto del planeta, pleno de simplezas y respirando profundamente por primera vez en meses, escucho tu voz que llega desde la puerta de nuestra habitación y dices que me levante, que ya es tarde y debo ir a trabajar. Son las ocho y menuda pesadilla, me asombro.Pero entonces el problema es qué hago ahora aquí despierto, en medio de la calle, descalzo, con las rodillas temblando, y con la línea de sangre que corre desde tu pecho por la cama por el living por las escaleras por el portalón bajo la gárgola por la calle hasta mi mano temblorosa que trata de esconder un frenético tenedor manchado de rojo.
*Todas las fotos, hechas por su servidor

martes, julio 18, 2006

La maldición de tener las orejas puestas (Atisbos de Infierno VIII)

Que manía la de la gente de andar como rebaño, pidiendo permiso para llenar un poco de vacío, pagando lo que sea, por lo que sea, como sea. En eso estaba, tratando de evitar la horda de viejas y de imberbes sobreexcitados que se apelmazaban a la entrada del cine (y todo por un bodrio con cantantes mamones y bailarines dudosos), cuando me asalta el calambre del temor de un Atisbo de Infierno.
Las posibilidades eran altas, como siempre que siento las pulsaciones de lo subterráneo que me persigue (por todas partes, en los bancos y las filas del supermercado, incluso cuando duermo), ya que si estoy acá, y evité el embate de los mamones, pues algo debe de haber quedado adherido, sujeto al abrigo de mi simpleza que sólo quiero ver una película y luego una cerveza para conversar.
Y bueno, nada en el horizonte, no hay palomitas de maiz en las cercanías, el aire acondicionado no molesta, hasta apagé el celular.
Y en eso, cuando comienzo a retrucar mentalmente, a posicionarme como expectador activo, que aparecen ellas, las gordas.
No problema con las mujeres, lo admito. Mi problema es con las "gordas", esas minas que no han hecho nada más por el mundo que gastar un poco de aire y comer sus comidas a las horas que la tradición lo dice.
Pues bien, los primeros cinco minutos todo tranquilo. Jarmush abría el menú y yo que ya empezaba a frotarme las manos y a emocionarme y a verme allí. Y salió la primera bolsa de papas fritas.
Crunch, crunch, crunch, pero mira que tipo más estúpido, le dijo la bajita (que estaba al medio) a su compañera de la derecha, si, se parece a tu hermano (dijo la tercera, a la zurda del grupo, como dirigiendose a un público delante de ella). Y yo con las orejas puestas.
Miré hacia el lado, esperando que la pelirroja me diera el pase como para pegarles un grito o hacerle shhhiiit. Nada, no hay venia.
Dejé mi mal humor y decidí concentrarme. Crinch, zhaff, crunch, un Mantecol, pucha la película pa mala, no te dije que entráramos a ver Rojo, pero si estaba lleno (responde la gorda al lado mío).
Miré hacia el cielo y dije que Murray se merece mi tranquilidad.
Crunch, shhhruuuupppp, se acabó la bebida oye, toma de la mía, jajaja mira el imbécil, la cara que pone, pucha que es mala la película, debimos ir al karaoke a juntarnos con los chiquillos dela oficina. Crunch.
Miré hacia el cielo. La película me llegaba como través de un bosque. Pero, semper fidelis, allí a la orilla de la zanja, que me quedo masticando cada palabrita de Murray y cada imagen de Jarmush. Tururí turu turu tararara turirí, aló, hoola, no si estamos en el cine, espera, chiquillas voy afuera y vuelvo, toma las papas fritas, crunch, el abrigo, clack, permiso.
Miré hacia el lado para que la pelirroja me diera permiso de sacar el arma y pegarles un balazo. No hubo venia.
Murray mira hacia el horizonte, ha perdido todo, desde la dignidad de una vida miserable, hasta algo peor, la posibilidad de otra vida miserable. Y como que me vienen las lágrimas y espero lavar mi pena. Crunch, buuuuu, jajajaja, la película pa mala, las tres lucas más malgastadas de mividaoyeque ahoranoséquevamosahacer, que nos devuelvan la plata pa ir al karaoke (afirma la gorda al lado del pasillo).
Me hice hacia adelante y miré por sobre mi hombro. Evitaron mi mirada de asesinato, estoy seguro, y se escabulleron por entre las parejas y los imberbes que llenaban por segunda vez la sala más grande para ver un bodrio de verdad.

viernes, julio 14, 2006

Sobre Jarmush, Komalah y las películas para hombres

Retomando la vida normal, y como un buen hombre que soy, fui al cine respondiendo el llamado de Jarmush. Así que me apersoné (en buena compañía) en el Hoyts y, pa variar, que me quedo helado ante una declaración de principios tal, que sólo quería quedarme ahí, sin ganas de imaginarme que todo eso delante podía pasarme (o podía estar pasando).
Murray, impecable. Como si luego de bajarse del avión que lo trajo de Tokio, se fuese a su casa en los suburbios. Sólido.
Pero lo que importa es la trama subyacente. La imagen de Murray tratando de ubicar una mirada cómplice, de alguien que le diera un poco de sorpresa, que le cambiara (no importa si para mejor o peor) el switch y diera un nuevo sentido a eso que había sido una vida completa.
Pero también es el problema totalmente masculino sobre el objeto y el sujeto del amor, es decir, el instante en que decidimos querer, amar, preocuparnos por alguien. Una decisión que es gratuita, que sólo tiene efecto en nuestro interior y que a nadie más le interesa.
Como dijo Maturana, cuando hacemos que el otro sea un ser válido en nuestra vida.
Y ese es el tema.
Mi amigo José Manuel Domínguez escribió en su blog sobre el Club de Komalah, un lugar en donde se juntan los kurdos para poder sentir que pertenecen a alguna parte (porque han de saber mis niños, que los kurdos son el pueblo más grande sin país que existe actualmente). Y el tema está ahí de nuevo: ¿cuál es la definición de pertenecer a algo? ¿Hay una marca en tu parte de nacimiento que diga que eres chileno obligatoriamente? ¿O de la U o del ColoColo? ¿O que tu familia es esta y no otra?
Decidir, eso es. Ir decidiendo, tomar la vida libremente y optar, haciendo que tu familia sea la que tu eliges. Bastante de eso sabemos los que estamos lejos de nuestros terruños.
Películas para hombres
Lo de Jarmush no es nuevo para mí. Hace tiempo que me da vueltas la cabeza esa graciosa idea de que por fin hay artistas que se atreven con el mundo masculino. Y no hablo de películas generosas en testosterona o escenas lúbricas a destajo. No.
Hablo de esos pocos que saben interpretar el verdadero mundo interior de un hombre del 2000, un loco que no tiene el aprecio de la "opinión pública", ya que es mal visto defender tus causas internas, a menos que seas visto como un machista (definición gratuita dada por generaciones de hijos e hijas de lo femenino).
Me acuerdo de cuando fuimos a ver "El camino del Samurai" y la casi pelea con, la que era hasta entonces, mi pareja. Ella no podía entender mi entusiasmo por una película en donde más que sentimientos o balas, estaba el suave murmullo de la amistad y el compromiso a la masculina, sin vueltas, sin mayores explicaciones.
Es por eso que me gusta Jarmush, porque las preguntas que de verdad nos corroen no van por el lado de la economia mundial, o las gomas de la pin-up de turno. Las verdaderas causas de nuestro conflicto con el mundo es que nos dicen que tenemos las herramientas, pero que el truco del mago lo tienen muy pocos.
Películas para hombres. Así como las mujeres tienen a Almodovar, pues que los hombres tengamos a Jarmush.

martes, julio 11, 2006

Sobre los muertos y 10 años perdidos

La dura iba a escribir sobre los muertos de mi vida. Sobre el cabezón, que a los 16 se cayó de un quinto piso y ahí quedó y todos los compañeros y amigos sin saber qué decir, o sobre la claudita que todavía tengo la imagen de sus compañeras de curso cantando "El Quijote de la Mancha" en un lobrego edificio de nichos en el Cementerio de Conce, el mismo lugar en donde dejaron a una compañera de curso en periodismo dos años después.
Pero no. En medio de la reflexión, se quedó el bicho de una conversa con mi hermana Gabriela, que es como yo pero en mujer (o sea mejor), y el fin de semana que en medio de la bebida celebración de su cumpleaños que me doy en cuenta que tengo diez años perdidos.
Como si hubiese estado en coma, viviendo de prestado, almorzando comidas en tubitos, tengo que reconocer que tengo diez años perdidos.
Bueno, así como diez años, ni tanto. Pero igual los noventa pasaron al lado mío, mientras cabros mucho más lúcidos estaban en otra, y allí yo, ebrio de universidad, dándole a tratar de buscarme hacia atrás, descubriendo lo descubierto.
Todo esto se resume en "OK Computer", un disco que acabo de agregar al MP3 y que me hace llorar cada cierto tiempo (y que me hace muy feliz, como dije en otro de los textos de este blog), a pesar de que tiene más años que mi sobrino y que recién ahora ando cantando.
Diez años, no lo puedo creer.
Lo terrible es que salté así, quantum leap, sin asco, y de repente aparecí en el dos mil y tantos y como si nada.
Pero como soy terríblemente optimista, esta es otra oportunidad de aprender. Y de llorar bien, a pesar de todo.
¿O será que no me perdí de nada?

Mi hermano Juan Pablo, mi hermana Gabriela y yo, en el matrimonio de ella.

lunes, julio 10, 2006

Sindrome de abstinencia por un mundial interruptus

Vale, entonces. Tamos de acuerdo que no soy el gran "gurú" del periodismo pelotero nacional. Soy sólo un tipo normal que le hizo empeño cuando chico (en la básica jugaba de 3, y en la media me decían Lineker), que tiene su equipo favorito, que se entretiene con un partido por la tele. Y por eso mismo me encuentro con la capacidad moral de agredir verbalmente a todos los malditos que nos tuvieron un mes pegados, tratando de dilucidar los problemas del mundo a través de las decisiones de 22 tipos allá en Alemania, corriendo tras de la pelotita.
Primero; este si que fue un mundial fome. Yo pensaba que el de Estados Unidos, o el Japón/Corea, pero no, este es lejos el con menos emoción, todo muy bien calculadito, tan teutón.
Segundo; hay que ver que se jugó mal a la pelota. Yo tenía entendido que el fúrbols se jugaba pa'delante, tratando de meter la pelotita en el arco. Estaba equivocado. Todos estos años estuve viviendo una mentira.
Tercero; la insufrible transmisión "mundialera", entre los berrinches del insoportablemente egocéntrico de Israel, los orificios húmedos de Carcuro por cualquier cosa que suene a italiano, esa pinta de chico listo de Guarello y la labia de Sobalaprieta, habían momentos en que el entretienpo se agradecía sobremanera, especialmente cuando se la daban de poetas y citaban a Soriano y Fontanarrosa.
Cuarto; lamentablemente ya no hay excusas para juntarse con los amigotes, aunque sea para comentar o sentir el ruido de fondo del match entre Angola y República Checa. Habrá que volver a las viejas excusas de los cumpleaños, las despedidas y los santos.
Quinto; un mundo regido por hombres. Ejale. Nada en contra de las minas,pero no me dirán que es relajante que un mes entero tenga la marca de la testosterona. Hay que hacerlo más seguido.
Sexto; que no tendremos la posibilidad de comentar en pasillos con el jefe acerca del partido de ayer, sacándonos de encima muchas responsabilidades, y dejando que las mujeres de la oficina hagan el trabajo, mientras vemos la tele.
Séptimo; que este mundial no tuvo ni una figura entretenida, nadie de quien dijeramos "Guaaa". En Argentina 78 era la chasca de Luque, en España 82 el penal de Caszelly, en México 86 el gol de Maradona a Inglaterra, en Italia 90 el odio parido que le tenían a Maradona en el norte de Italia, y así. Pero y éste mundial? ¿qué nos queda en la memoria? ¿cómo se recordará?
Octavo; debido a esas políticas populistas de la Fifa, que le amplió los cupos a algunas Federaciones, daba verguenza ver la mala calidad de algunos equipos y que ese mismo cupo pudo ser para la Roja chilena. Una verguenza nuestro proceso.
Noveno; y finalmente, tendremos que seguir mamándonos los programitas matinales y faranduleros en las mañanas y tardes. Que lata.
Un mundial interruptus, que no llegó a ningún lado. Pucha.

miércoles, julio 05, 2006

Cómo orinar estilo Zen

Aproximas tu cuerpo hacia el blanco repositorio, distribuyendo el peso del cuerpo en perfecta armonía trina (pies y cabeza), representando un triángulo isósceles de proporciones áureas, siendo la distancia entre los pies el equivalente a la distancia entre los hombros extendidos.
Llegado este punto se puede presionar, levemente, el blanco borde de loza del vater con las rodillas. Para ello sólo es necesario flectar un poco las piernas, adoptando una posición entre suplicante y lista al ataque.
Bajas lentamente el cierre, sosteniendo la hebilla del cinturón con la mano siniestra (que por nada del mundo se debe abrir, esto no es una cagada), mientras que con los dedos índice y pulgar de la diestra se toma el tirador del zipper.
El movimiento de la mano derecha, entonces, se inicia desde la altura del cuarto chakra (ombligo más o menos), continuando en sentido longitudinal al cuerpo, desde arriba hacia abajo, descansando a la altura del tercer chakra (órganos sexuales), o hasta adonde dé el cierre.
Es importante anotar que en este proceso, y debido a la mala fabricación de algunas unidades zipper, es común ver a jóvenes inexpertos e incluso a grandes meadores con los nudillos raspados con los dientes del cierre. Cuidado con ello.
Llegado al punto de máxima inflexión del tirador, el meador procederá a girar rítmicamente las muñecas, llevándolas desde su posición opuesta cenit-nadir, hasta el de oriente-occidente, elevando los codos y colocando cada palma a un costado de la bragueta recientemente abierta. Normalmente esto se hace desde abajo hacia la derecha, para la mano diestra, y de arriba hacia la izquierda, para la zurda.
Continuando con el movimiento circular, ambas manos se acercan una a la otra levantando los dedos índice y anular, formando con ellos un par de ganchos. Estos serán usados para separar la tela de la bragueta.
Esto es el primer paso de una transformación de la mano prensil de la primera etapa en la “mano gancho” de la segunda.
Lograda la máxima extensión de la abertura, la mano menos diestra (independientemente si el usuario lo es) procede a crear otra armonía trina con el pulgar y el índice en oposición lateral, mientras que el dedo medio ha logrado ubicarse en la parte superior del calzoncillo. En este punto es importante tomar en cuenta que todos estos pasos sólo tienen el fin de hacer que la emisión sea automática, y que el cuerpo sea uno con el waterclock.
Teniendo eso en cuenta, la mano diestra hace un gancho utilizando los dedos pulgar e índice. Con esta disposición, se necesario que los dedos entren y se sumerjan en la bragueta, buscando ciegamente, y a veces cómplices con la sensibilidad de la hora o el día, la base de la linga y tomando delicadamente la piel del órgano.
Este instante de afloramiento de la piel hacia el exterior lo denominaremos “la muestra”.
La micción está por iniciarse. En este momento, y casi siempre mediante el uso de las primeras falanges de los dedos índice y medio de la mano diestra, hemos de dirigir el chorro de la micción hacia el lugar menos sonoro de la taza. Esto se logra estirando las piernas e inclinándose ligeramente hacia delante, en la posición del péndulo, tal como lo dice la tradición Suvarta/Asana del Yoga tradicional.
La continuidad de la emisión nos permite, además, jugar con la sonoridad del artefacto, yendo desde las notas más graves (un Re dos octavas más bajas) hasta una resonancia eminentemente aguda justo en el borde del agua y la loza del repositorio (un Si bemol una octava mayor). Para algunos este es el instante de la iluminación, llegando a lograrse el contacto con el ser interno, lo que genera salivación excesiva y relajamiento de los esfínteres. En casos de extrema necesidad o de forzada retención, pueden producirse gemidos de placer o pequeños gritos del tipo “Ahhhhh!” u “Ohhhhhh!”.
Entretanto, la mano menos diestra se ha mantenido en su posición trina, liberadora de contactos con la bragueta. Esta situación, para los recién iniciados en las artes del orinar, puede ser extenuante, por lo que recomendamos hacer sus ejercicios de fortalecimiento digital cada mañana, hasta que logren un control de su fuerza y resistencia.
Al terminar el acto en sí, es decir al finalizar la situación de “muestra”, nuestra tradición nos señala que es necesario esperar algunos segundos para emitir los últimos resabios de la vejiga, denominado “la espera de Buda”. También se utiliza un meneo suave y cadencioso lateral o de arriba/abajo, cuidando en que no caigan gotas fuera del tiesto. En este momento volvemos de la posición de péndulo, hasta una situación de pie y con la armonía trina del inicio.
Todo ha concluido y con el ritmo impuesto por nuestro propio ser, deshacemos el triángulo de la mano izquierda, depositamos suavemente y en su sitio nuestra linga, y realizamos el acto del cierre, tomando el tirador del zipper con los dedos pulgar e índice de la mano diestra, y estirando con los mismos dedos de la mano izquierda desde una posición contraria (casi siempre en el sector superior del pantalón), con tal de lograr un plano ascendente sin ondulaciones. La tradición señala que, a continuación del acto, es oportuno realizar el acto de lavado de manos y búsqueda de espinillas, pero eso lo dejamos para otra ocasión.

Del “Libro Zen de instrucciones para el siglo XXI”.

domingo, julio 02, 2006

Lisa Hayes... revisited

Para que no se diga que no quedé con ganas de seguir mirándola. Con ustedes la bella Lisa Hayes


Finalmente, comparto un mono infame, llamado la "subliminal Lisa", que apareció en la serie Superdimension Century Orguss.

sábado, julio 01, 2006

Sobre mi amor por Lisa Hayes (Amores Virtuales 1)

¿Era el 86? Pero si recuerdo que era verano. El mundo ni pensaba en acabar con el Muro de Berlín, en Chile ni pensábamos en la vuelta a la democracia y en Conce ni pensábamos tener más que dos canales, el 4 y el 5 (el 7 y el 13 de Santiago).

Con mi hermano que nos sentamos a la mesa un buen mediodía, nuestra madre que nos planta el suculento plato y en la tele (Canal 5) comienza una música que me acompañaría hasta el dia de hoy.

Nacido como un recocido de una exitosa serie japonesa (la saga Macross), Robotech desembarcó en Chile sin ruido, sin marketing, sin mayores pretenciones que salvarle la plata a los ejecutivos del canal católico, con tal de subsanar un hoyo en la programación de los mediodías. Que fantástica idea y pa' mejor la daban dos veces al día.

Las aventuras de Rick Hunter, de los Gerwalk y Walkiries, los Centraedi hablando en duplex y, especialmente el trío de Hunter, la babosa de Lynn Minmei y la exquisita Lisa Hayes, se convirtieron rápidamente en un obligado tema de conversación en el colegio, en el barrio y en casa. Y es que pocas veces un producto dirigido a niños tenía la extraña cualidad de ser tan complejo.

Esa misma complejidad de la trama le daba un volumen especial a los personajes más importantes, dejando de lado el típico esquema del bueno, la niña y el malo, en donde las explosiones suplían la falta de profundidad. Acá no, si eliminas las batallas (que igual son excitantes) igual queda una historia de tecnologías alienígenas, traiciones y desconfianzas basadas en puro prejuicio.

Quizá por eso fue que me enamoré de Lisa Hayes. Ella estaba en medio de todo el conflicto, en medio de la posible destrucción del mundo entero, en medio de un triángulo en donde sí me sentí identificado, porque era una "perna", enamorada de un héroe y que tenía como contrincante a la clásica "ganadora".

Era un pendex ni tan pendex y me había enamorado perdidamente de una mujer inexistente. Que vaina. Era ella una de las oficiales principales del SDF1 (en una época en donde las mujeres ni soñaban con un uniforme), una hija con ene rollos con su viejo (oficial también) y una de las mujeres más calladas, honradas y adorables que he visto en una serie de televisión.

Nada que ver ni con las neuróticas de Friends, ni con las histéricas de Sex and the City. Una mina que hacía bien su trabajo, que era jugada a morir y que se aguantaba un amor no correspondido.
Todavía la quiero a ella.