martes, marzo 13, 2007

No women no kids

Esto de escribir es como andar con los bolsillos llenos de balas. Cada vez que caminas, o corres para ir al metro o cuando subes las escaleras, Jacobo, los bolsillos de la chaqueta van con su tlin tlin y me transforman en evidencia viva, un posible asesino que se divierte de ver las caras de la gente en la calle pobres seres bancarios y que no saben el peligro que corren. Igual te sientes secretamente poderoso, dueño de un desconocido tesoro que suena dentro de la ropa y que no es una tarjeta de crédito o una chequera con suave monto para gastar, no es más que eso, ni es menos que eso. Dueño de la vida y la muerte, depositario de sabrosos secretos, el iluminado que ve el mundo desde su atalaya.
Pero es diferente cuando la gente que te conoce, y que son los marcianos que te quieren, y que de una u otra manera es la tribu que haz formado en la ciudad, comienza a saber que eres el amigo que escribe y empiezan a tratarte como si se te notara el bulto bajo la casaca, como si de verdad tuvieses la punto35 lista para disparar asesino, francotirador sin remordimientos, siempre listo a tirar a quemarropa, mirando de reojo en la calle, siguiendo la huella de alguien, de la víctima inocente que está allí en el pasillo de la estación, ridículo en su pequeño mundo, desnudo ante mí, arrepiéntete perro.
Entonces está la desconfianza, sobretodo de los que tienen mucho que perder, los que se han forjado una vida de impresiones, de falsos éxitos, de pobres simulacros de riqueza, y se esconden en la pretensión, en la prepotencia, miserables llenos de temor.
Pero también es perverso esto que he aceptado tan como okey, como natural, no problema. Porque también entro en el juego de verme como desde fuera del partido, pasando las calles y la gente desde adentro de la pecera, siempre con un vidrio entre ellos y mi pequeño y privado mundo de acá adentro, el mismo que intento destruir con mi arma, con la Smith & Wesson.
Y el vidrio se va empañando. Al principio era transparente, y en las conversaciones sin fin con los grandes de juventud comencé a sentir que ya todo comenzaba a rebotar, a perder velocidad cuando se me acerca y que poco a poco me transformo en un espejo, en un envoltorio que refleja, y que no deja pasar, no deja que la luz sea la luz.
Y luego es eso, Jacobo, de andar como pisando algodones y te vas hundiendo hundiendo y no sabes si estás bien o estás mal cuando por las mañanas tratas de levantarte y sientes que todo está bien y guas, que todo viene como una avalancha, saliendo del clóset, colgados de sus perchas y soy yo mismo que nazco una vez más cargado con estas armas, estas balas que a nadie matan pero que me alejan tanto de ustedes si ya ni me nombran ni cuentan lo que les pasó, marcianos, sólo por el temor del gatillo de la palabra de lo que soy.
No women no kids, ja.
*Gracias a Edward por la pintura, je.

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