miércoles, mayo 02, 2007

Una vista del continuum espacio/tiempo

Un texto de hace mucho tiempo, que (vaya cosa) no pierde su actualidad. A ver si les hace click y me sorprenden (porque ciertamente no es para una mujer, o sea, sí lo es, pero no es de carne y hueso).



Trescientas noches con sus días demoré en quitarte de en medio. Trescientos amaneceres llenos de vino tuvieron que pasar para detener, alguna vez, el eco de tus labios que siguen y seguirán repitiendo -una y otra vez- algo acerca del sinfín de jornadas soportando nuestros inútiles intentos de tregua, los empeños de calmar nuestras hostilidades con un amable ponernos de acuerdo, sabiendo que se yergue el adiós inevitablemente -aunque no lo quieras-, el que se queda en una esquina de la habitación de mis deseos como una cucaracha silbando en la penumbra los temores que nos llenan, a la vez que estira sus garritas para comenzar a crecer y usar su poder sanador, ese bálsamo que limpia y conforta, esa libertad de no tenerte, de no saberte más.
Un abrazo y decir que te quise y que tal vez nos veamos de nuevo (de nuevo las mentiras), justo cuando aparece la certeza de que los sentimientos se liberan de algo, de algo inexpresable, de esa marmota que tanto tiempo ha dormido en mis intenciones. Tal vez sea el saber que nunca voy a cumplir con tus sueños y tus deseos, o la antigua noción de la inevitable y mortal seguridad de que tú no eras, de que todavía no aparece la ausente, esa mujer de siempre, que no fuiste ni tú ni ninguna que haya aparecido hasta ahora.
Un abrazo y despedirse. Un adiós a una mujer y a su mundo de necesidades, un adiós tanto a la abstinencia de siglos como a barajar la posibilidad de que no me importes, que de verdad me costaba reconocerlo pero me importas un comino y prefiero quedarme así.
Pero por sobre todo alejarme definitivamente del viejo truco de negar nuestro amor propio, incluso los sueños tejidos de obsesión, para aceptar el solapado interés, el verdadero (y también denominado) egoísmo, el puro y duro egoísmo de tu lado de la mesa, ese tuyo tan femenino, ese montón de carne e ideas que demanda que acepte tu dolor (el tuyo) como mío (mi dolor). No sé si me explico. Aceptar tu corazón como mío, como si no tuviese uno, aceptar tu mente como mía, como si no tuviese una, y aceptar -finalmente- tus sueños como míos, como si no tuviese unos cuantos guardados por allí.
Y ahora viene el juego de nuevo. Esa extraña danza de las mentiras que sabes que existen para estos casos, las patrañas históricas, los viejos trucos de payaso. Mirar los ojos que miran a tus ojos y tomar los hombros con un gesto en extremo cuidadoso, ni muy cariñoso, ni muy lejano. Un aire dramático y, justo cuando comienzas el movimiento del poder -ese que te perturba: acercar a la otra persona, haciendo que su diferencia de distancia tienda a cero-, vuelves a saber que nada pasa, que es una costumbre, una maldita ficción, y aunque tratas de decir que esta vez no, esta vez eso tibio de mi pecho tendrá un genuino uso, saldrá como un torrente y entrará en tu cuerpo, y te aprieto y aprieto y nada, absolutamente nada.
Pero allí están esas infinitas conversaciones y las infinitas soledades (que de una u otra forma son más numerosas y más reales que las esperanzas, esas flacas sin sabor), la permanencia de lo que hablas que te empieza a dar vueltas, como la conciencia, con interiores voces a coro de haz lo correcto contigo mismo, y esperas que te empiecen a soltar, que tú empieces a soltar (por un asunto de tiempo interno, de timing natural) y caer de nuevo en el truco del lenguaje para hacer que por nonagésima vez salga el ángel, quien hace que algo-de-en-medio-de-nosotros (de este abrazo) se aleje y nos limpie, y cubra con sus alas la ciudad que se desmorona en mi perdición para que en medio de tu y mi silencio te diga adiós para darme vuelta y salir huyendo, sintiendo que cada día soy un poco más, sólo un poco más desgraciado y que nunca podré ser un hombre normal como esos que te gustan.

1 Comment:

Verónica said...

Dicen que lo que realmente queremos, es aquello que dejamos ir. Eso dicen, claro que yo no lo comparto.

Las obsesiones son como esas cosas pegajosas que salen de nuestra nariz cuando estamos resfriados. Y no porque un poco se vaya a la basura en un pañuelo, van a dejar de existir.

Yo me declaro obsesiva, maniática-compulsiva diagnosticada por un galeno y orate según algunos. Pero feliz, ante todo, jajaja.

Y al final dices que le gustan los hombres normales ¿y dónde están esos? Parece que me falta ver los infomerciales. No cambio más de canal.

Suerte en esta corta semana, don Claudio. Ojalá pase por mi blog aunque sea un ratito.